Los microcréditos son una herramienta financiera basada en los préstamos a pequeña escala, que benefician a los emprendedores de las regiones más desfavorecidas del planeta.
Este movimiento comenzó en 1976 cuando Muhammad Yunus llegó a un pueblo de Bangladesh, devastado por las inundaciones. Allí, este economista prestó a un grupo de mujeres de la comunidad USD $ 27 sin intereses para financiar distintas iniciativas de emprendimiento.
Desde ese momento, los microcréditos se han convertido en un icono global de la cooperación al desarrollo, hasta tal punto que en 2005 el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, se refirió a ellos como una herramienta fundamental para la lucha contra la pobreza y la emancipación de las mujeres en todo el planeta. Un año después, el propio Yunus recibió el premio Nobel de la Paz por su lucha, canalizada a través del Grameen Bank, que nació en 1983, para lograr una economía justa para las clases pobres.
Hoy se han repartido más de USD 8 millones gracias a este sistema y el 90% se ha destinado a mujeres cabeza de hogar. Con una pequeña inyección de capital compran materias primas para iniciar un negocio que servirá para sostener a su familia y generará un impacto social en su comunidad.
América Latina es una de las regiones con menor nivel de acceso a servicios financieros tradicionales, una situación que, de acuerdo a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) se hace más visible al analizar los sectores más vulnerables de la sociedad, es decir, aquellos con menores ingresos y quienes habitan en zonas rurales.
Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) la cartera de microcrédito y el número de clientes atendidos continúa creciendo y adquiriendo relevancia en la mayoría de países de la región, lo que se ve reflejado en las cifras. “En América Latina y el Caribe, unas 600 instituciones de microfinanzas han prestado alrededor de USD $ 12 mil millones a más de 10 millones de clientes de bajos ingresos”.
Las dimensiones del microcrédito en relación al PIB de cada país y al tamaño de sus sistemas financieros destacan la importancia de este mercado. Por ejemplo, en Bolivia o El Salvador la cartera de microcrédito representa más del 11 % y 7 % del PIB respectivamente. Al comparar el tamaño de este sector con el sistema financiero, países como Bolivia y Ecuador representan más del 28 % y 17 % del sistema financiero, respectivamente, según el informe “Managing Credit Risk in Rural Financial Institutions in Latin America” del BID.
Es cierto que economistas a escala mundial han criticado este modelo porque dicen que profundiza la pobreza; pero el impacto social que ha generado es positivo y las entidades financieras han entendido que llegar a sectores rurales es clave para apoyar ese desarrollo.
Para lograr el impacto que se espera con el microcrédito, éste debe tener las siguientes características:
Para acercarse a las áreas rurales, las entidades financieras se han enfocado en las microfinanzas. De acuerdo con el programa Evidencias y Lecciones desde América Latina (ELLA por sus siglas en inglés), los productos financieros para el sector rural que se ofrecen en América Latina tienen las siguientes características:
Las entidades financieras necesitan acercarse a las áreas rurales, no solo para crecer sino para aportar en el desarrollo del país al que pertenecen.
Por eso existen soluciones enfocadas en lograr que esta labor sea más sencilla, permitiendo a las cooperativas de crédito y microfinancieras automatizar negocios de inclusión financiera. Así, se puede visitar áreas alejadas con solo un dispositivo y hacer el trámite de un crédito sin que el cliente recorra decenas de kilómetros hasta el banco.